Rodrigo González, Imagen tomada de La Voz de Michoacán
Rockdrigo estuvo en Guadalajara. Lo sé de cierto aunque nunca lo vi. Vi a otros que de manera un tanto sorpresiva acudían en la primera mitad de los ochenta al recordado centro cultural La Puerta –una especie de “cafeconcert-librería-galería de arte”-, allá por la calle Lerdo de Tejada: Botellita de Jerez, Jaime López, Amparo Ochoa, Gerardo Bátiz, Eugenia León, Cecilia Toussaint, Gabino Palomares, todos ellos pertenecientes a un cierto movimiento musical alternativo que sobrevivía con no pocos trabajos en la ciudad de México. Aquí no era muy distinto. La Puerta era un foro incluyente que con entusiasmo inaudito mantenía vivo su propietario Sergio Ruiz, pero además de él había muy pocos lugares disponibles para mostrar la música que se producía en el país más allá de las fronteras comerciales. Acaso la Peña Cuicacalli y algún otro de vida más bien efímera. Yo solía acudir a ese local, incluso tocaba habitualmente ahí, pero por razones que ya he olvidado, justo ese día no fui. Me perdí acaso la única oportunidad de ver en vivo en mi ciudad al Profeta del Nopal de quien había escuchado referencias por varios amigos que hablaban de él con entusiasmo. Amigos que incluso lo conocían pero que nunca me lo presentaron. También había oído, claro, algunas de sus grabaciones, pero para mi siempre conservó un cierto carácter legendario, seguramente porque me lo imaginaba como una suerte de fantasma evasivo: se hablaba de él pero no era fácil verlo. Si su vida fue de por sí breve, para mi fue cortísima: supe de él alrededor de 1982 y murió, ya se sabe, en el fatídico terremoto de 1985, aquel 19 de septiembre.
Estatua de Rockdrigo, imagen tomada de Polemón
¿Quién era Rockdrigo? ¿De dónde venía Rodrigo Eduardo González Guzmán, como se llamaba de modo completo?
Se decía que nació en Tampico, Tamaulipas, el mero día de navidad, 25 de diciembre de 1950;
que a mediados de los setenta se mudó a la Gran Tenochtitlán con la intención de dedicarse a cantar sus canciones;
que era una especie de Dylan con guitarra de palo y un soporte para armónica a la manera del bardo de Minnesota;
que hacía canciones cercanas al rock –obviamente- y al folk y que sus letras eran muy personales, chistosas, que algo tenía que ver con los cantautores de la época, aquellos que medio renegaban del folclor, buscaban incorporar el rock a sus canciones y escribían letras que reflejaban la vida de las ciudades, el asfalto, los barrios, las calles: Roberto González, Eblen Macari, Marcial Alejandro, Rafael Catana, el grupo OnTá, Cipriano y su Nopalera.
Se hablaba también de un movimiento musical surgido a su vera, Los Rupestres, herederos no sé qué tan voluntarios del canto nuevo y la nueva canción, y cuyo credo filosófico consistía en hacer música sin más elementos que la guitarra y la voz, diciendo las cosas de manera directa y sin hacer concesiones al sistema. Hasta una especie de manifiesto rupestre, atribuido a Rockdrigo, circulaba por ahí y decía, entre otras cosas que
Los rupestres por lo general son sencillos, no la hacen mucho de tos con tanto chango y faramalla como acostumbran los no rupestres pero tienen tanto que proponer con sus guitarras de palo y sus voces acabadas de salir del ron; son poetas y locochones; rocanroleros y trovadores. Simples y elaborados; gustan de la fantasía, le mientan la madre a lo cotidiano; tocan como carpinteros venusinos y cantan como becerros en un examen final del conservatorio.
Aquella denominación es un poco peyorativa, pero es indudable que fue una suerte de movimiento contestatario que respondía al manifiesto anterior. También es justo decir que el músico y escritor Alain Derbez algo tuvo qué ver en los inicios de la Rupestrería: escribió un texto para la difusión de un festival itinerante, El Festival de la Creación Rupestre, en la Sala Ollin Yoliztli, el Foro Tlalpan y el Ágora Naucalli, donde participaron López, Rafael Catana, Rockdrigo, Guillermo Briseño, Alex Lora y el grupo La Cocina. Más adelante el propio Rodrigo propuso hacer un festival de la canción rupestre y fue cuando escribió el manifiesto que transcribí párrafos atrás.
Algunos de Los Rupestres
No sé cuánta gente habrá acudido a aquel recital de Rodrigo González en La Puerta pero seguramente no muchos. En el local no cabían más de 120 personas y la fama de Rockdrigo por entonces -¿1983? ¿1984?- no era demasiada por estos rumbos. Pero como ocurre a veces, el tiempo ha hecho crecer su figura y muchos años después de su muerte hay quienes han tocado sus canciones en foros, calles o hasta en camiones urbanos. A pesar de su breve obra y su vida efímera, se le considera como un precursor de la canción urbana, un símbolo pues. Algo tendrán que ver, desde luego, las circunstancias de su muerte prematura y trágica. Si el terremoto fue una manifestación brutal de la naturaleza, el que Rodrigo haya perecido al caerle encima el techo de su departamento fue una postal terrible de la tragedia. Y ello contribuyó, sin duda, a forjar la leyenda.
Fausto Arrellín, quien fuera miembro de Qual, banda acompañante de Rockdrigo, me ha contado que estuvo con él en aquella visita a Guadalajara. Primero tocaron en una especie de festival realizado en un gimnasio donde, a pesar de la acústica horrible, se congregó un público numeroso. Ahí alternaron con Roberto Ponce, Botellita de Jerez y Kenny y los Eléctricos. Al día siguiente Rockdrigo tocó en La Puerta pero solo, ya sin banda, alternando de nuevo con Roberto Ponce. Y esa fue su única visita oficial.
Ya lo dije: nunca vi a Rockdrigo, pero gracias a Youtube he conocido imágenes suyas, solo o con Qual. Ahí circula un documental realizado por Rafael Montero donde se puede apreciar parte del mito a partir también de algunos testimonios de quienes lo trataron de cerca. Un acercamiento parcial –seguramente pobre- para quienes no lo conocimos en vida.
También se sabe de su hija artista: responde al nombre de Amandititita y tuvo cierto éxito en el medio musical al cantar algo que ella misma llamaba anarcumbia. Luego me enteré de que la chica estudió en la Sogem con maestros como Daniel Sada, Sergio Pitol y Elsa Cross, asegura que la ha apoyado la artista conceptual Teresa Margoles y afirma que quien la animó a lanzarse a la artisteada fue Guillermo Fadanelli.
Es imposible saber qué opinión habría tenido su padre de la música que ella hace, pero si atendemos a su nombre podríamos tener una pista: Amanda Lalena, su nombre de pila completo, proviene de dos canciones que impactaban a Rockdrigo: Te recuerdo Amanda, del malogrado compositor chileno Victor Jara y Lalena del autor escocés Donovan.
Amandititita, foto tomada de Gatopardo
Finalmente diré que pocos años después de la muerte de Rockdrigo me tocó en suerte formar parte de un grupo, fugaz también, de alguna manera emparentado con él gracias a la utilización del humor y a cierta actitud desparpajada aunque no precisamente rupestre: El Personal. También es difícil adivinar si le habría gustado al profeta, pero a mi me habría encantado compartir el escenario con él en aquella época.
Recomiendo el acercamiento a la obra de Rockdrigo que se hizo en 2003 por varios artistas que arreglaron sus canciones: Santa Sabina, Los Rastrillos, Tex Tex, Los Estrambóticos, La Barranca, Qual, entre otros. El disco se llama Ofrenda a Rockdrigo González vol. 1 y lo pueden escuchar aquí:
https://music.apple.com/mx/album/ofrenda-a-rockdrigo-gonz%C3%A1lez-vol-1/153346236