Pocas sonrisas tan encantadoras como la de Billy Preston. Todo él, pero sobre todo su sonrisa, parecía una síntesis de la alegría, un compendio de la buena vibra. Ahora sabemos que no, que acaso esa fue una manifestación externa, auténtica sí, pero que escondía un río subterráneo lleno de rocas filosas y corrientes embravecidas. Se me viene a la mente otro caso, el de Elis Regina, la portentosa cantante brasileña: escucharle un par de frases era suficiente para poner de buen humor al más amargo. Pero hoy sabemos, y su muerte trágica lo confirma, que no todo era alegría. Quizás solo mediante la música podía conjurar su demonios internos, su rabia contenida -se dice que en confianza era temible-. Dicen que no hay que juzgar un libro por su portada. Tampoco a un artista por su sonrisa, añadiría yo.
El 6 de junio pasado se cumplieron 18 años de la muerte de Billy Preston ocurrida en 2006. Había nacido el 2 de septiembre de 1946. Aún no llegaba a los sesenta. Desde los once ya tocaba profesionalmente con Mahalia Jackson y poco después con Little Richard. Era un prodigio al piano, al órgano, como cantante y hasta como bailarín, de lo cual hay constancia:
Pero su fama mayor la obtuvo, ya se sabe, cuando los Beatles lo invitaron. La leyenda cuenta que Harrison y Lennon lo querían en la banda pero McCartney no: ¿un quinto beatle? si cuatro miembros ya son demasiados, decía con su aire sobrado . Para entonces Billy ya había grabado varios discos como solista (16 Yr Old Soul, The Most Exciting Organ Ever, Radio Hits, Wildest Organ in Town, Club Meeting) donde mostraba sobre todo su solvencia en los teclados. Y luego, aún con su temperamento tímido y modesto pero sonriente, gracias a Los Beatles se convirtió en celebridad. La naciente compañía Apple, también propiedad de los de Liverpool, lo fichó como uno de sus artistas consentidos y ahí apareció en 1969 su sensacional That´s The Way God Planned It con personal de lujo: Eric Clapton y George Harrison en las guitarras, Keith Richards en el bajo y Ginger Baker a la batería. De ahí siguieron muchos discos propios, unos más exitosos que otros, pero siempre con la garantía de su destreza en los teclados y de su voz expresiva cargada de r&b, gospel y soul.
Aquellas escenas de los Beatles en la azotea de la compañía de Apple, durante el último concierto que ofrecieron antes de desintegrarse, tiene en Billy Preston a un personaje clave que aportó su talento en el piano eléctrico y quizás con su sonrisa y bonhomía contribuyó a cohesionar los egos desbordados. En el larguísimo documental de Peter Jackson Get Back se le ve por ahí, sonriente, silencioso, siempre eficaz y creativo, da la impresión de que nadie tiene que decirle qué hacer, de que su intuición es suficiente para aportar cosas únicas, irrepetibles en cada pieza. Canciones como Get Back o Don´t Let Me Down no serían las mismas sin él. Pero la lista de sus colaboraciones con otros es inmensa: los Stones, Barbra Streisand, Clapton, Little Richard, Elton John, Harrison, Lennon, Starr, Sly & the Family Stone, Peter Frampton, Joe Cocker, Red Hot Chilli Peppers, ¡hasta Jaguares!:
No sé mucho de la relación de Preston con México, pero sí sé que en el disco El Equilibrio de los Jaguares, producido por el experimentado Don Was, tocó el Hammond en Detrás de los Cerros, la misma canción en la que se puede escuchar el acordeón del Flaco Jiménez:
Sin embargo la vida del buen Billy fue de claroscuros: problemas legales por consumo de drogas y una constante lucha consigo mismo a causa de su homosexualidad reprimida. Luego de su muerte se ha revelado que de niño sufrió abusos que pudieron causar también algún trastorno a largo plazo. Se dice que quien lo ayudó hasta el final fue Eric Clapton con quien tocó de manera extensiva: le pagó un trasplante de riñón y lo invitó a tocar en el extraordinario The Road to Escondido, aquel disco que hizo en 2006 (el mismo de la muerte de Billy) con J.J. Cale y que habría de ser el último grabado por Preston. Sus tiempos finales los pasó con múltiples achaques, adicciones no resueltas y una enfermedad cardíaca conocida como pericarditis que lo dejó en coma por varios meses hasta su fallecimiento.
Hay mucha tarea: Billy Preston tocó en tantos discos, propios y ajenos, que necesitaríamos media vida para escuchar toda su música y su inmenso talento. De sus actuaciones destaco la del 2002 en el Concert for George, dedicado a Harrison, su viejo amigo, mecenas y cómplice, donde hizo una versión memorable de Isn´t it A Pity al lado de muy notables colegas:
La sonrisa de Billy, como la de Elis, queda ahí, intacta y contagiosa, como un conjuro contra cualquier adversidad.