Genaro, uno de los más aferrados músicos de blues de Guadalajara, pasa por un delicado momento en su salud. Otro más, pues ya los ha tenido antes. En estos días me entero de que ha mejorado su estado y me alegro. Ello me da el pretexto para compartir una crónica de mi libro de 2018 La Música de Acá, referida a Genaro.
...pues vamos haciendo una banda de blues
Genaro me dice que lo espere un poquito antes de comenzar la entrevista. Sube con ciertos trabajos las escaleras de su casa rumbo al primer piso. No es para menos tomando en cuenta las dificultades que tiene para respirar. Está enfermo de EPOC -enfermedad pulmonar obstructiva crónica- y tiene que cargar a todas partes un tanquecito de oxígeno. Hasta cuando se sube al escenario, ahí está el fiel tanque a su lado. Hay varios de esos tanques en su casa: los que vi estaban alineados debajo de la escalera. Por toda la casa hay largas mangueritas transparentes que le permiten a Genaro circular por ella sin tener que traer el tanque a cuestas. Mangueras conectadas al oxígeno recorren los distintos rincones de la casa y para Genaro son la diferencia entre vivir y morir. Mientras él está arriba aprovecho para observar la casa donde el músico ha vivido con su familia desde hace veinticinco años. Es acogedora, con cierto estilo mexicano que acentúan algunos de los muchos cuadros que adornan sus muros: algunas pinturas de carácter indigenista del pintor tapatío Jorge Martínez que, según me cuenta más tarde el músico, le dieron a su esposa como un intercambio comercial. También hay otros de Carmen Alarcón Collignon, una pintora local con algún reconocimiento en la ciudad y que es hermana de su esposa. Llego a ver incluso un cuadro de otro artista apreciable, Alejandro Colunga. En la sala hay un piano vertical color café claro bien afinado, como lo comprobé en algún momento de la charla cuando Genaro se puso a tocar un blues para ejemplificar “lo sencilla que es esa música”. Un poco más allá hay una sección con la puerta cerrada. Un estudio de música, intuyo, pues se escucha a alguien tocando, como en un ensayo. Luego me entero de que son Genaro Jr. y un amigo suyo quienes practican ahí dentro.
Lentamente baja la escalera Genaro, cuando lo veo venir comprendo a qué subió: trae otra camisa, es negra, con bordados étnicos de colores en el pecho y en las orillas de las mangas, se ve elegante, tal y como quería salir en el video que también le haremos durante la entrevista. Su cabello muy largo, lacio y rubio, le cae sobre los hombros y la espalda. La barba y el bigote son muy blancos. Lleva sus infaltables mangueritas conectadas a la nariz para poder respirar bien y en su voz se notan los estragos que la enfermedad pulmonar le ha ocasionado, pero no se queja, al contrario, está contento, platicador, ocurrente y parece agradecer a la vida la oportunidad de seguir viviéndola y haciendo música, ahora con su nuevo proyecto, los Bad Boy Blues que le trae muchas satisfacciones por estos días.
Le pregunto por sus inicios en la música y aparece rápidamente un nombre: Johnny Winter, curioso caso de un músico blanco, más que banco, albino, pero con espíritu negro, uno de los mejores que han poblado el peculiar mundo de esa música. La primera vez que Genaro escuchó Be careful with a fool tocado y cantada por Winter decidió que a eso se dedicaría toda su vida...y lo ha cumplido.
Me habla de su gusto infantil por la música, me dice que nació en la capitalina Colonia del Valle; luego la familia se mudó a Guadalajara. Su padre se dedicaba a los bienes raíces y vino acá a vender terrenos en la colonia Independencia. Más adelante se mudaron a Mazatlán y luego regresó a estudiar la prepa a Guadalajara. Tiene un hermano y dos hermanas y todos cantan, aunque él es el único que se dedicó profesionalmente a la música. Su apellido materno, Clemow, viene de un abuelo inglés a quien no conoció. Al paterno sí, magistrado que tuvo una gran influencia sobre él y que se llamaba igual, Genaro Palacios. Son cinco ya con el mismo nombre: su abuelo, su padre, él, su hijo y su nieto. Un Genaro Palacios para cada generación.
La naturaleza se manifestó de dos maneras aquella tarde de la entrevista, el 11 de mayo de 2016.
Hubo una época en que llovía en Guadalajara en ese mes -hay hasta una canción, aunque no sé con certeza si se refiere a esta zona del país: Los aguaceros de mayo-; ya no, hace mucho que las modificaciones climáticas ahuyentaron a las aguas que ahora llegan hasta bien entrado junio, a veces hacia el final de ese cada vez más caluroso sexto mes. Pero aquella tarde, justo cuando Jorge el camarógrafo y yo buscábamos el número de la casa, comenzó un chubasco que nos obligó a permanecer un rato en el coche. Qué raro, ¿no? una lluvia en estos días. Eso sí, fue tan sorpresiva como breve.
Ya instalados en la sala, Genaro con su nueva camisa y la entrevista en marcha, ocurrió el segundo incidente: apenas llevábamos nueve minutos y cuarenta segundos conversando cuando sentimos una fuerte sacudida. Genaro, todo él reflejos, brincó de inmediato cual jovencito de veinte, como lo atestigua el video que Jorge dejó corriendo, y huyó con todo y manguerita de oxígeno hacia el exterior de la casa. Tembló, sí. Muy fuerte. De hecho yo hacía mucho que no sentía uno de esa magnitud en Guadalajara. Ni Jorge ni yo fuimos tan veloces en nuestra reacción -el video, indiscreto, también da fe de ello- y cuando salimos, el movimiento telúrico que al igual que la lluvia de antes fue, por fortuna, breve, ya había pasado. Los reportes posteriores hablaron de un movimiento trepidatorio de pocos segundos y ningún daño. Pero sí nos asustamos, cómo no. Y luego de las llamadas de rigor a nuestros seres queridos para saber si estaban bien, y de los comentarios acerca del susto reciente, reanudamos la charla. Durante toda ella no pude alejar de mi cabeza la fantasía de que Genaro y el blues podrían haber sido la causa de aquellos raros eventos. Después de todo, se dice que Robert Johnson convocó a las fuerzas del infierno en aquel cruce de caminos y a partir de entonces el blues se volvió otra cosa.
Los grupos de Genaro comenzaron en inglés con uno llamado The Truth, que más tarde adoptó su forma castellana: La Verdad. Me habla de grupos con los que tuvo cierta relación en Guadalajara y el Distrito Federal: El Hangar Ambulante, Árbol, y se detiene a elogiar a un grupo tapatío en el que no tocó pero al que considera injustamente olvidado: La Cochera en Servicio, donde tocaba Polo Ramírez, “un musicazo, casi mi hermano, con una enorme preparación musical, que tocó el contrabajo en la Sinfónica durante 45 años y de quien casi nadie se acuerda cuando se hacen recuentos de la música de la ciudad”, me dice con pasión y cierto enojo. Y es que, ciertamente, Hipólito Ramírez ha sido un músico destacado en la ciudad tanto en el rock como en el jazz, aunque su opción por la música sinfónica le quitó reflectores: como bien señala Genaro, Polo fue contrabajista de la Sinfónica de Guadalajara -convertida más adelante en Filarmónica de Jalisco- durante muchísimos años en los cuales mostró su disciplina al abordar el repertorio de los grandes maestros.
De ahí brinca a contarme sobre Mazatlán, a donde se fue un tiempo y estuvo durante dos años y medio en el Tequila Charly donde le pagaban dos mil pesos a cada músico: ¡Eso era super bien pagado, deveras, super bien pagado!, repite, eufórico. En aquella ciudad sinaloense también trabajó como gerente de un hotel durante una temporada en la que estuvo alejado de la música. Cuando regresó a Guadalajara llegó a un lugar que le recomendaron, el Buffalo Rock y al primero que se encontró ahí fue a Charly Jiménez, destacado guitarrista y tecladista, quien le dijo: -“acabo de llegar de Minneapolis”... -¿y qué piensas hacer?... -pues no sé... -pues vamos haciendo una banda de blues... Y de ahí salió el grupo que se llamó exactamente La Banda de Blues, con Mario Arellano, Adriana Macías, Luis Zúñiga, Fernando Quintana, Charlie Jiménez y Genaro.
Christian Jiménez es uno de los mejores tecladistas de Guadalajara, instrumento en el que destacó desde muy jovencito, primero tocando en grupos versátiles y luego en agrupaciones de rock, jazz y blues. Al momento de escribir estas líneas toca en uno de los grupos de jazz más importantes de la ciudad, Troker, con quienes ha tenido la oportunidad de viajar a distintos lugares del mundo (de manera destacada, dos veces al afamado festival inglés de Glastonbury). También se da sus vueltas frecuentes a los bares de la ciudad donde se toca blues y jazz, para palomear: en el Breton con Los Villanos; en el Booguie con los Chester; a veces a dúo con el guitarrista Lalo Melgar.
Cuenta Genaro Palacios que un día Christian llegó a su casa, muy jovencito, y lo reconoció antes de que abriera la boca: era el mismísimo hijo de su viejo colega Charly Jiménez. Lo invitó a pasar, cuando le dijo que tocaba el piano le pidió que se uniera a su grupo para un concierto que tendrían al día siguiente. De inmediato se percató de que había heredado el talento y la capacidad musical de su padre, aunque apenas tenía un año y medio cuando Charly murió.
Sí, Charly Jiménez murió de manera trágica a sus veintinueve años, cuando La Banda de Blues estaba en su mejor momento. Habían sido invitados a tocar a Puerto Vallarta y cerca de ahí, en la playa nayarita que hoy se conoce como “San Pancho”, ocurrió la tragedia. Fernando Quintana, otro músico que en aquellos días formaba parte a sus veintitrés años de esa banda, relata los hechos así:
Era 1986 y yo participaba en La Banda del Blues con mi amigo Genaro Palacios. Ahí conocí a varios músicos, muy buenos amigos, entre ellos el gran tecladista y guitarrista Charly Jiménez, un músico que había pasado un tiempo trabajando aquí en Guadalajara en muy diferentes situaciones musicales y después se había ido a Estados Unidos para probar suerte durante un rato.
A sus veintinueve años ya había recorrido muchos escenarios, era extraordinario tocando tanto la guitarra como los teclados. Con ellos me tocó viajar, en agosto de ese año, a Puerto Vallarta. Al día siguiente de nuestra llegada, Charly, yo y otros dos amigos que estaban con nosotros -Juan Miguel Portillo y Pepe Vázquez-, nos fuimos a la playa de San Francisquito, a la que hoy le dicen San Pancho, en Nayarit, muy cerca de los límites con Jalisco.
Pasábamos la tarde a la orilla de la playa. De pronto llegaron dos sujetos a asaltarnos. Nos quitaron nuestras pertenencias y a pesar de que no opusimos ninguna resistencia, nos amenazaron con matarnos. Traía cada uno una pistola de alto calibre. Nos orillaron a que camináramos de espaldas hacia el mar. Estaba obscureciendo, eran alrededor de las 7:45 de la noche. Nos tenían formados a los cuatro y encañonados. Yo, por instinto, corrí por la orilla de la playa, me dispararon pero no me dieron. Lo mismo hizo mi amigo Juan Miguel Portillo y tampoco le dieron. Pero a Pepe y a Charly les dispararon de cerca: a Pepe la bala le rompió la médula espinal, perdió el bazo y un riñón; a Charly lo mataron de tres balazos. Su cuerpo lo encontraron en el agua, treinta y seis horas después, 40 kilómetros al norte de donde habían sucedido las cosas. Su muerte fue una gran tragedia que nos pegó muy fuerte pues él era un líder en el aspecto musical y junto con él comenzábamos a descubrir algunas de las propuestas que tenían que ver con el jazz. Ya pasaron treinta años de ese acontecimiento y yo lo sigo extrañando.
Yo no quise ir a San Pancho aquella tarde a ver la puesta de sol, me confiesa Genaro. Yo estaba sentado con la chica que había organizado la tocada, una morena preciosa de ojos verdes en bikini. ¡No mano, yo no me muevo de aquí!, pensé. Eso me salvó.
Con la muerte de Charly se acabó el grupo. Trataron de seguir tocando sin él pero era demasiado dolorosa la pérdida y de plano ya no pudieron. Genaro se refugió con su armónica en el Coppenhagen, aquel mítico lugar junto al Parque de la Revolución donde había jazz todos los días y tocaba el formidable pianista Carlos de la Torre. Hasta que llegó la oportunidad de mudarse al otro lado de la frontera, a San Diego, a montar una oficina para vender tiempos compartidos, actividad que, por supuesto, alternaba con el blues.
Durante su temporada en California, Genaro se relacionó con músicos diversos. Primero con negros que habían tocado con Ray Charles o Count Basie y luego en una agrupación llamada Shades of Blues donde había de todos los colores, blancos, negros, amarillos. Cuenta que con ellos tocó en algunos actos para Jessie Jackson, el primer candidato afroamericano a la presidencia de Estados Unidos.
Inevitablemente sale a relucir el blues: una música que llama a muchos pero escoge a pocos, afirma con convicción. Y sigue: Yo sentí que tenía la capacidad para expresarlo, no porque sea muy bueno tocando, en realidad no soy ni un gran guitarrista ni pianista ni saxofonista ni cantante. No soy nada de eso pero sé de blues y sé tocarlo con mis propios recursos. Hay quienes quieren acabarse las notas, tocan muchas, pero en el blues lo que importa es la expresión con la que las tocas, aunque sean pocas. Por eso es difícil encontrar un buen pianista de blues: todos quieren abrir las armonías, hacerlo más complejo...y no: en realidad es bien sencillo... mira...
Y se acomoda en el piano y empieza a tocar un acompañamiento muy simple con la mano izquierda y melodías muy blueseras en la derecha. Trata de ejemplificar la sencillez de esa música en la que tres acordes han bastado siempre para expresar sentimientos y hacer música que sobrevive y sigue seduciendo a todo tipo de audiencias.
Por aquellas épocas en San Diego su hijo tenía quince años y su hija doce. A Genaro y a su esposa Annie, aunque les iba razonablemente bien en EU, no les gustó que sus hijos crecieran allá y decidieron regresar a Guadalajara.
He oído con frecuencia aquella frase de que “Guadalajara es una ciudad bluesera”. He sido testigo de cómo nuevas generaciones de músicos le entran al género con entusiasmo y buen oído. Sospecho que la influencia de Genaro algo ha tenido que ver en el asunto.
Genaro me cuenta que cuando volvió a Guadalajara a finales de los ochenta, luego de su estancia en San Diego, empezó a tocar en un lugar sui generis que abrió el publicista Jorge Arau, El Granero del Arte, en Chapultepec y España, donde además comenzó a impartir algunos talleres de blues. Músicos como Alicia Romo La Brujita, Mario Gamero y Óscar Fuentes se inscribieron.
Después de eso llegó Fat Cat, el grupo que Genaro formó con el baterista Javier Soto y el bajista Germán Quintana. Luego Javier se fue con La Fachada y Germán se fue a otro lado, entonces me jalé al Morro, a Víctor Hugo y al Roy Rubio y cambiamos de Fat Cat a Gato Gordo, en español, y grabamos aquel primer disco con Sergio Naranjo, en Mix Records, con el que hasta un premio nacional ganamos. Con Gato Gordo duramos años hasta que me enfermé de enfisema y ya no pude seguir, recuerda Genaro. Tenía 22% de capacidad respiratoria, ya no podía yo ni con mi alma. Entonces vendí un saxofón, le regalé un barítono al Tibu de Troker, tiré mis armónicas. Me daban muy poco tiempo de vida.
La vida de Genaro estuvo en grave peligro. Los médicos le hablaron del EPOC, una enfermedad degenerativa y mortal a causa de la cual su capacidad respiratoria disminuía cada vez más. Empezaron, él y su familia, a buscar opciones y dieron con una fisioterapeuta pulmonar.
Me comenzó a dar ejercicios con una bolsa conectada al tanque de oxígeno para ampliar la capacidad pulmonar. Esos ejercicios aumentaron a 78% mi capacidad de respiración. Los médicos están sorprendidos porque ya prácticamente me habían desahuciado y yo hace cinco años que paré el EPOC, no ha avanzado. Sigo viendo también al neumólogo, claro, pero él me pregunta ¿pues qué estás haciendo? y le digo: mis ejercicios...pero hay una parte que la ciencia médica desconoce y es la del poder de la música. Yo estoy convencido de que el blues me ha salvado la vida.
En los años recientes la vida de Genaro ha dado un vuelco interesante.
Un día en una fiesta su hijo se subió a cantar con el grupo que amenizaba. Un amigo le sugirió a Genaro: ¿por qué no lo invitas a tocar contigo? El amigo venía de Europa donde había notado el gran auge de los grupos acústicos. “Mucha gente ya está cansada del alto volumen y están regresando a escuchar cosas más suaves, más acústicas”, le dijo.
Justo en esos días Genaro Jr. estaba pasando por un mal momento, se había divorciado recientemente y estaba deprimido. Entonces vino la pregunta: “¿se te antoja hacer algo conmigo?” y la respuesta “¡Si!” Y ahí comenzó la historia de Bad Boy Blues Preservation Band, con Gerardo Díaz en el bajo, Genaro en la guitarra y Genaro Jr. cantando y tocando la tabla de lavar, instrumento de percusión que se usa en ciertos géneros de la música campirana norteamericana. El bajista fue suplido por el viejo amigo Germán Quintana y así siguen hasta ahora, tocando en muchos lugares y con una visión más empresarial del proyecto.
Genaro, feliz, está tocando otra vez la armónica y, ahora que respira mejor, piensa incorporar el saxofón. Piensa al grupo como empresa y ha contratado a alguien a quien le paga por manejar su imagen y sus redes sociales:
Ya no hay empresas disqueras, ahora las bandas se tienen que manejar de otra manera, y también se tienen que querer un poquito más y no destruir el mercado malbaratándose. Sólo hay que cuidarnos, querernos y echarle un poco de lana, saberte mover en las redes o buscar alguien que lo haga. Yo pago una mensualidad para que me manejen.
En realidad han sido varios factores, además del tratamiento neumológico y los ejercicios, los que han contribuido a su salud, según me confiesa Genaro. La mariguana, droga satanizada, tiene muchas aplicaciones médicas, como ya se ha comprobado. Por su problema pulmonar, Genaro no puede fumarla pero sí consumirla por otras vías: ha aprendido a hacer unas galletas formidables, cuyo efecto le dura muchas horas durante el día, eso lo tranquiliza y le ayuda a estar mejor. También la familia: su esposa Anna Aurora Alarcón, con quien se casó cuando eran muy jóvenes, y sus dos hijos. Y claro, la música, el blues. Está convencido de que haber seguido tocando y cantando, han sido la verdadera cura.
Yo no soy religioso pero si soy creyente. Creo en la fuerza de atracción del universo, soy muy respetuoso de todas las religiones y no estoy peleado con ninguna. Pero pienso que no hay que pedir sino agradecer. Desde el momento en que tienes vida hay que agradecerla. Hay muchas maneras de vivir y desgraciadamente nos han echado a perder haciéndonos creer que las cosas materiales son lo más importante, pero hay otros valores como el cariño y el respeto, que son más grandes.
Tengo un grupo con mi hijo, tengo tres nietos, tengo amigos, tengo música y hace cuarenta y cinco años que estoy enamorado. Yo vivo agradecido y así seguiré mientras me quede vida: agradecido con la música, con mi chava, con mi familia. Ahí ando, pero no sé qué día me pueda pasar algo…Mientras, ahorita, estoy con muchas ganas.
Y sí, el blues llama a muchos pero escoge a pocos. Y Genaro es uno de los “elegidos por el blues”.