Alfredo Zitarrosa tenía cuarenta y cinco años cuando lo vi en persona por primera vez. Para entonces su trayectoria era ya muy larga y se le reconocía como unos de los mayores compositores e intérpretes de América. Aunque había un dicho entre las juventudes hippies de los sesenta que decía: no confíes en nadie mayor de treinta años, la verdad es que a los cuarenta y cinco uno es razonablemente joven. Zitarrosa a esa edad se veía muy grande: acaso era su arreglo personal, siempre atildado, de saco y corbata y cabello impecablemente peinado hacia atrás con gomina, la raya muy derechita. Su voz ronca y su dicción perfecta, contribuían. Era un señor, pues, pero también era alguien que por alguna razón inspiraba confianza. Ello de alguna manera invalida la escandalosa consigna hippie. Pero murió a los cincuenta y tres. Yo digo que aún era muy joven. Muy joven para morirse, claro. ¿Cuál es la edad apropiada para morirse? Es una pregunta absurda, lo sé. Por lo regular nadie se quiere morir y si esto va a suceder, como inevitablemente sucede, mejor que sea lo más tarde posible. Estoy seguro de que Zitarrosa tenía aún mucho por aportar, seguramente no quería morir a esa edad, pero qué se le va a hacer. Esas cosas ocurren y ya, independientemente de nuestros deseos.
Zitarrosa, que tenía el corazón caliente, escribía cosas como ésta que evidencias su espíritu militante:
Vine a cantar, compañeros,
porque era mi obligación
no negarme a la canción...
pero debo ser sincero.
Y para mi, lo primero
es que era un acto del “Frente”.
Con el corazón caliente
y con la cabeza fría,
canté como suponía
que ustedes quieren que cante:
pero soy un militante
y mis canciones no son mías.
Alfredo Zitarrosa vivió una temporada en México a donde llegó exiliado, igual que otros uruguayos, a consecuencia del gobierno militar en su país, uno de los varios gobiernos de tal tipo en sudamérica: sus canciones estaban prohibidas.
Había nacido en el barrio de Belvedere un 10 de marzo de 1936 y se dedicó a múltiples oficios, en muchos de los cuales aprovechaba su voz profunda: locutor, presentador, animador, actor. También fue periodista del conocido semanario Marcha. Militante de izquierda, comunista, simpatizante del Frente Amplio uruguayo. Y claro, cantor y compositor. Pero su seguridad estaba en riesgo aún cuando ya había ganado muchos reconocimientos y era una celebridad en Uruguay. Y tuvo que exiliarse.
Primero se mudó con todo y familia a Argentina, luego a España y después a México. Llegó en 1979 y estuvo muy activo haciendo programas de radio, escribiendo textos periodísticos y ofreciendo conciertos. Pero confesaba no haber sido capaz de escribir una sola canción nueva en el exilio. Antes de elloo compuso cosas que nmo solo eran políticas, también de amor... y de desamor:
Qué pena que no me duela
tu nombre ahora
Qué pena que no me duela
el dolor...
Lo vi de cerca dos veces. La primera, aquella cuando él tenía cuarenta y cinco, en su camerino del Teatro Degollado en Guadalajara durante una entrevista después de su prueba de sonido. Daba indicaciones precisas a los técnicos que sonorizaban la sala. Parecía inconforme, un poco incómodo, se notaba que era un tipo exigente con aquellos con quienes trabajaba. “la mezcla se siente flaca”, insistía. Ahí me dijo aquello de “en los cinco años que llevo exiliado es muy poco lo que he podido hacer en el plano de la creación...a los exiliados, faltándonos el entorno social y geográfico de nuestro país, nos faltan las alas”. No era un tipo pesimista pero asumía que lejos de su tierra era difícil estar, añoraba volver, con la frente como la tuviera.
Aquel fue un concierto extraño. En la primera parte cantó acompañado de una pista musical grabada; en la segunda lo acompañaron dos guitarristas que estuvieron cerca de él durante su estancia mexicana: Naldo Labrín y Carlos Díaz, Caíto, quienes habían llegado a México como parte del grupo Sanampay. Sus canciones, entonadas con aquella voz gruesa y convincente, cantadas con pista o con músicos en vivo, son hasta el día de hoy auténticos clásicos del cancionero latinoamericano, siempre con un referente folclórico extraído de la tradición rural sudamericana y con arreglos musicales a varias guitarras que tenían influencia del tango, la milonga y otros géneros populares de nombres peculiares: candombe, zamba, vidalita, gato, chamarrita.
Una de las piezas más importantes en la carrera de Zitarrosa fue su extenso poema por milonga Guitarra Negra.
Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra...Cómo haré para que sientas mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera y mía...Cómo se toca tu carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas...
Pero también escribió algunas que han sido muy célebres como Stéfanie, Zamba por Vos, El Violín de Becho, Doña Soledad y Adagio en mi País. En todo caso su discografía es extensa. En sus últimos tiempos incluso se animó a hacer ciertas fusiones arriesgadas, con instrumentos que no había usado antes y dejándose mojar por géneros musicales de otros lados.
La segunda y última vez fue en su casa de la Ciudad de México, algo así como un año después de la primera. Conseguí una cita para llevarle una grabación de mi grupo de entonces porque me interesaba su opinión. Fue una reunión accidentada. Alfredo vivía entonces cerca de los Estudios Churubusco pero nos perdimos en el camino y llegamos tarde. Él era una persona puntual, se molestó por la tardanza aunque fue amable. Con su voz muy seria -acentuada por aquella formalidad de su vestir- dijo que tenía otro compromiso por lo que se debía ir pronto, que lo sentía, que habíamos llegado tarde y eso complicaba las cosas. Aún así, conversamos un rato. Tenía un equipo muy profesional para escuchar, que incluía una grabadora de carrete abierto. Fue lo que usamos pues la grabación la llevábamos en una de esas arcaicas cintas de 1/4 de pulgada. Escuchó algunas de las piezas, expresó algunas opiniones de manera serena pero firme, con su marcado acento uruguayo. No sé si le gustó en realidad, hizo preguntas como ¿quién toca ese solo de guitarra? ¿de quién es la música de esa canción? ¿por qué las letras tan pesimistas, medio existencialistas? Ustedes son muy jóvenes para tener una visión como esa...Recomendó que nos acercáramos a otros músicos mexicanos que le habían impresionado por su talento. Su esposa Nancy Marino -actriz que era parte del famoso grupo teatral El Galpón, también exiliado en México- le hacía señas, tocaba su muñeca con el dedo índice indicando la hora: nos tenemos que ir. Apenado, Zitarrosa se disculpó y nos retiramos.
Ahora que escribo se me vienen a la mente canciones extrañas y en cierto modo humorísticas como esta:
Tuve un perro chiquito
pelo de alambre,
con lo que yo ganaba
se murió de hambre
Lo vi y escuché varias veces en vivo: recuerdo aquella en el Teatro Degollado antes de la cual conversé con él, y otra en el capitalino Teatro de la Ciudad, ahí sí con su cuarteto de guitarristas acompañantes. Salió solo al escenario, comenzó confesando su alcoholismo y prometió -ignoro si lo cumplió- que desde esa noche no bebería una copa más. Era conocida su afición al whisky. Todos le aplaudimos emocionados por la íntima e insólita confesión. El concierto fue memorable.
A Guadalajara iba con cierta frecuencia y se desvelaba en la casa de su querido amigo, el pintor Marcos Huerta, con tragos, plática y canciones. Me han contado que las sesiones solían terminar ya con el sol saliendo. Mi impresión siempre fue que Alfredo era un hombre generoso pero exigente, comprometido con su trabajo musical y un tanto inconforme.
Finalmente, en 1984, pudo regresar a Uruguay y fue allá donde murió cinco años después, el 17 de enero de 1989. Ya lo dije: apenas cincuenta y tres años.
En marzo de 2016 cuando se cumplirían ochenta de su nacimiento, se realizó un gran homenaje en el estadio Centenario de Montevideo, en el cual participaron destacados músicos de varias generaciones, como Serrat, Jorge Drexler, Héctor Numa Moraes, Liliana Herrero, Lisandro Aristimuño, Luciano Supervielle y muchos más. Luego de haber estado prohibido, los uruguayos lo han reivindicado con creces: en Montevideo hay una sala de conciertos que lleva su nombre, existe una fundación que vela por la difusión de su patrimonio artístico y se considera uno de los personajes clave de la cultura del Uruguay. Al menos fue testigo, en el último tramo de su vida, de ese “otro tiempo” del que hablaba en aquella célebre canción:
Dice mi padre que ya llegará
desde el fondo del tiempo otro tiempo
y me dice que el sol brillará
sobre un pueblo que él sueña
labrando su verde solar
DISCOGRAFÍA SELECTA:
Guitarra Negra, 1980
Milonga de Ojos Dorados, 1980
De Regreso, 1984
Si Te Vas, 1982
Adiós Madrid, 2021
Volveremos, 2021
Textos Políticos, 2004